El sexo constituye una de las formas más íntimas de interacción personal. Generalmente, está reservado en exclusiva para las personas con las que mantenemos un vínculo afectivo estrecho (de naturaleza romántica), y en él se da cabida a la manifestación física de emociones intensas. El sexo, además, es una forma de relación sutil, que puede verse afectada tanto por cuestiones físicas (enfermedades con alteración comórbida de la respuesta sexual, efectos secundarios asociados a tratamientos farmacológicos para diversas patologías, etc.), como psicológicas (conflictos relacionales, inseguridad personal, hipervigilancia de la ejecución, etc.) y sociales (creencias disfuncionales sobre el sexo, educación hiper-protectora, sentimientos aversivos respecto a la sexualidad, carencia de información adecuada, etc.).
La actividad sexual no es una respuesta uniforme. Los estudios han distinguido un conjunto de fases que constituyen la respuesta sexual humana, y en este artículo nos proponemos exponer una sucinta descripción de las características de cada una de ellas. Es necesario que el lector entienda también que en los trastornos de la sexualidad puede verse alterada alguna de estas fases o bien un conjunto de ellas. Reservaremos las cuestiones de psicopatología de la sexualidad para futuras actualizaciones, centrando nuestra atención ahora en la descripción general del sexo como proceso.
EL SEXO COMO PROCESO: FASES DE LA RESPUESTA SEXUAL
Pueden distinguirse cinco fases bien diferenciadas en la respuesta sexual humana: el deseo, la excitación, la meseta, el orgasmo y la resolución. A continuación procedemos a detallar cada una de ellas.
El deseo
Aunque parezca extraño o ilógico, el deseo sexual fue la última fase en incluirse como parte importante de la respuesta sexual. El deseo tiene una naturaleza cognitiva, y hace referencia al modo en que la situación de interacción promueve la voluntad de llevar la relación al terreno de lo físico. Cuando se activa el deseo, aparecen conductas de aproximación cuyo objetivo es generar el contexto adecuado para un encuentro romántico o sexual.
Existen diversas claves contextuales que hacen propicia la aparición del deseo en hombres y mujeres, aunque algunos estudios han encontrado algunas discrepancias entre los sexos. Así, por ejemplo, se destaca en el caso del varón la importancia de los estímulos visuales (visión del cuerpo desnudo de la pareja, por ejemplo), mientras que en la mujer parecen de mayor relevancia los auditivos y olfativos. A pesar de estas sutiles diferencias, es importante destacar que las situaciones que disparan el deseo son muy similares en ambos sexos, constituyendo las diferencias reseñadas pequeños matices que en ningún caso hacen diferente la experiencia en función del sexo (obviando, claro está, las diferencias asociadas a las sensaciones físicas que difieren en función del dimorfismo sexual: inicio de la respuesta lubricatoria en el caso de la mujer, tumefacción del pene en el varón, etc.).
El deseo es, también, una fase que modula el resto de las etapas de la sexualidad, pudiendo sus alteraciones (como en el caso del deseo sexual inhibido) modificar la intensidad de la respuesta en etapas ulteriores. Es, por tanto, un fenómeno no lineal; cuya presencia se prorroga a lo largo de toda la actividad sexual, y que eventualmente puede atenuarse durante la fase de resolución o reposo (como más adelante describiremos). Su inclusión en el proceso es, como podemos observar, absolutamente necesaria para entender la respuesta sexual de las personas, y hace explícita la importancia de la calidad del vínculo como elemento esencial en las relaciones humanas.
La excitación
Podría entenderse la excitación como el correlato fisiológico asociado a los pensamientos vinculados con el deseo. En la excitación, se producen una cascada de respuestas físicas cuyo objetivo es facilitar el encuentro sexual. Es frecuente observar, tanto en hombres como mujeres, una midriasis pupilar acentuada (dilatación de las pupilas) una hiperactividad electrodérmica, un incremento de la tasa respiratoria y un aumento de la actividad cardíaca.
En el caso de los varones, gracias a la actividad del oxido nítrico se desencadena la respuesta eréctil, pues éste facilita la dispersión de la sangre a los cuerpos cavernosos que conforman el pene y propician su tumefacción o endurecimiento. La erección es un mecanismo fisiológico muy complejo y, por tanto, puede verse fácilmente alterado en determinadas circunstancias (muy especialmente cuando coexiste un hábito tabáquico fuertemente arraigado o se inicia la actividad sexual con la ayuda de sustancias depresoras como el alcohol). Es necesario que la erección mantenga una firmeza y duración adecuadas, pues de lo contrario es posible que se haga complicada la penetración (que constituye un momento importante en la etapa de meseta, como posteriormente veremos).
En el caso de la mujer, también se produce una importante vasodilatación de las estructuras venosas próximas, anexas y constituyentes de la vagina. Los labios vaginales externos e internos cambian su coloración hacia matices más oscuros (asociados a mayor presencia de sangre en la zona), y se produce una respuesta de lubricación acentuada (aunque ésta puede atenuarse ante circunstancias fisiológicas como le menopausia). La vagina es una estructura de gran complejidad, y las pruebas de resonancia interna de la misma dan buena prueba de ello: se observan movimientos de ascenso del útero y una tensión importante de los esfínteres vaginales y anales (cuya contracción llega a su máxima expresión durante la aparición del orgasmo), además de otros cambios estructurales dirigidos a la recepción del pene. Junto a estos cambios genitales, se observa rubor en el rostro y tumefacción de los pezones, junto a un ligero incremento en la circunferencia de la areola mamaria.
En esta fase son especialmente importantes las conductas sensuales como caricias y besos, así como los preliminares sexuales cuya descripción sería tan variada que excedería los propósitos de este texto.
La meseta
La fase de meseta es en la que se produce la mayor parte de la actividad sexual propiamente dicha, exceptuando aquí los preliminares que han conducido hasta la aparición de una respuesta sexual propicia. En esta etapa aparece la penetración y tiene inicio la estimulación intergenital por el contacto de regiones con alto índice de inervación (como las estructuras internas del clítoris).
Durante la etapa de meseta se produce una estimulación genital que continúa acompañada de otras formas de conducta sensual, como caricias y besos. De hecho, muchos estudios confirman que la presencia de las conductas sensuales son esenciales para una estimulación adecuada, pudiendo su ausencia conducir a una reducción de la intensidad del placer o incluso a la interrupción de la actividad sexual. También algunos estudios parecen indicar la especial importancia de las conductas sensuales en la respuesta sexual de la mujer, en contraposición a la del varón, aunque no se detallan teorías explicativas al respecto.
Hasta este momento la intensidad del placer asociado a la respuesta sexual ha seguido una progresión ascendente. El mantenimiento de la estimulación constante conduce al orgasmo, que es el momento más intenso en la experiencia de la actividad sexual. Procederemos a detallar el orgasmo en lo sucesivo.
El orgasmo
El orgasmo constituye un fenómeno psicofisiológico complejo. Se trata del punto de máxima experiencia de placer asociado al acto sexual, a partir del cual (alcanzada su resolución), éste declina abruptamente (exceptuando los casos de aquellas personas que presentan una capacidad orgásmica múltiple).
En el caso del hombre, durante el orgasmo se produce una respuesta eyaculatoria (provocada por impulsos eléctricos que emergen de la médula espinal) que disemina el semen (precedido por el líquido preseminal, cuya función es reducir o disminuir la acidez del conducto uretral por la posible presencia de orina). Se observan contracciones rápidas y sucesivas cuya duración puede prolongarse durante algunos segundos, y que facilitan la expulsión del líquido seminal. Ciertas lesiones medulares (especialmente aquellas que se producen en regiones más altas, a nivel cervical) pueden inhibir la respuesta eyaculatoria, así como el uso de determinados fármacos.
En el caso de la mujer, el orgasmo va acompañado de un incremento en el flujo sanguíneo de las estructuras vaginales internas y externas. Como en el varón, se observan contracciones rítmicas, tensión/presión en tercio muscular externo (plataforma orgásmica) y una importante liberación de flujo vaginal (según algunos estudios, este líquido podría reducir la acidez del ecosistema interno de la vagina, incrementando el tiempo de supervivencia de los espermatozoides, lo que incrementaría la probabilidad de embarazo). El orgasmo en la mujer suele tener una duración mayor que en el varón, pudiendo prolongarse hasta veinte segundos (aunque la duración varía ampliamente en función de las fuentes que se consulten). También se observa con frecuencia una respuesta orgásmica múltiple en el caso de las mujeres, en este caso, la curva del placer no declina con el primer orgasmo (pudiendo observarse nuevas contracciones en caso de mantenerse la excitación).
Existe cierta polémica en torno al modo en que se produce el orgasmo en la mujer, esto es, si éste depende de la estimulación vaginal o clitoriana. Según recientes estudios, el clítoris tiene proyecciones nerviosas que se extienden al interior de la pared vaginal (suponiendo una estructura de mayor extensión de la determinada). Así pues, la penetración estimularía el clítoris a través de estas terminaciones, siendo esta pequeña región ampliamente inervada la mayor responsable de la experiencia de placer en la mujer.
La resolución
La resolución supone el fin fisiológico del episodio sexual. Concurre justo después del orgasmo y viene acompañado de una respuesta autónoma de relajación y calma (distensión muscular). Con el orgasmo decelera el ritmo cardíaco, la actividad electrodérmica recupera su función habitual y en general, se experimentan sensaciones físicas de calma que pueden bordear la somnolencia.
En el caso del varón, tras la eyaculación se llega a un periodo refractario en el que el pene pierde su tumefacción y alcanza una fase de reposo. También se han observado periodos refractarios en los que el pene sigue manteniendo su dureza, pero se trata de un fenómeno minoritario. Junto a la sensación de relajación física, se acompaña una hipersensibilidad táctil (especialmente en la zona genital) y, ocasionalmente, una reducción en la respuesta de deseo.
En el caso de la mujer, se observa una vasoconstricción respecto a la situación observada en el orgasmo. Las estructuras internas de la vagina vuelven a descender, alcanzando la ubicación original. La reducción del flujo sanguíneo se observa en la decoloración de los labios externos. Se produce una reducción del tono muscular general del cuerpo, especialmente en las regiones pélvicas y anales, que se habrían contraído de forma importante durante el orgasmo. Los pezones y el pecho también pierden la irrigación sanguínea incrementada que se produjo durante la excitación. La sensación física resultante se traduce en una impresión subjetiva de tranquilidad y calma, junto a una hipersensibilidad al contacto con la piel. Alcanzado este punto, algunas mujeres pueden alcanzar el orgasmo nuevamente, pudiendo experimentar curvas de placer sucesivas (múltiples orgasmos).
Los trastornos de la sexualidad, que abordaremos en una próxima entrega para el blog, pueden afectar a cualquiera de estas fases (tanto en hombres como en mujeres). El origen de estos problemas puede ser tanto fisiológico como psicológico, difiriendo el tratamiento en función de la etiología.
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