A menudo las personas confunden las emociones y los sentimientos. De hecho, incluso hay quienes son incapaces de identificar verbalmente con exactitud lo que están sintiendo (alexitimia), lo que no hace más que generar mayor confusión en un asunto cuyas líneas de división son ya de por sí tenues.
Si hablamos de la naturaleza de las emociones, no podemos eludir su utilidad adaptativa. Las emociones son reacciones naturales del organismo ante un evento que genera una respuesta específica. Son casi automáticas, sin necesidad de autoreflexión, algo así como los reflejos innatos. Cuando empezaron los estudios dirigidos a delimitar cuáles eran las emociones humanas, emergieron teorías que evocaban docenas de ellas distintas, y no fue hasta más tarde, con las estrategias específicas de rotación y factorización junto a estudios meta-análiticos que recogieron la Información procedente de investigaciones previas, que se pudieron detectar las llamadas "emociones puras" o "emociones verdaderas": la alegría, la tristeza, el asco, el miedo, la sorpresa y la ira. Procedemos a hacer una brevísima reflexión de cada una de ellas:
La alegría es una emoción caracterizada por un ánimo expansivo. Surge como respuesta a un estímulo gratificante para la persona. Cuando algo es agradable para alguien, seguramente sea también beneficioso para su organismo. La alegría estímula determinadas regiones cerebrales responsables del refuerzo, como el Núcleo Accumbens, el Área Tegmental Ventral y la Corteza Prefrontal (generando aprendizajes que consolidan la búsqueda nuevamente en el futuro del estímulo que propició la emoción). Cuando una persona está alegre, las comisuras de los labios ascienden levemente, se produce midriasis pupilar, se activa el músculo orbito-ocular, se observa taquicardia, vasodilatación periférica y sensación de euforia.
La tristeza es el antagonista de la alegría, y surge como respuesta a estímulos que generan distrés psicológico o dolor físico. La tristeza tiene como objetivo generar una respuesta compleja (fisiológica, cognitiva, motora...) que se traduzca en la atención de las personas del entorno, de modo que éstas puedan asumir la responsabilidad de la persona que la expresa (generalmente indispuesta por las circunstancias). Es por esto que cuando uno se siente triste presenta un enlentecimiento psicomotor. En la tristeza, se activan determinadas regiones del lóbulo prefrontal del hemisferio derecho, así como la amígdala y algunas regiones temporales. Las comisuras labiales descienden, se produce ptosis palpebral bilateral, la actividad galbánica de la piel aumenta, aparece bradicardia y vasodilatación periférica.
El miedo es una emoción que garantiza las respuestas de huida ante estímulos potencialmente peligrosos y que han sido asociados como tal a nivel filogenético (aprendizajes enraizados en el proceso evolutivo de la especie) o por experiencias específicas a lo largo de la vida. Implica actividad principalmente de la amígdala. En el miedo aumenta la actividad vegetativa, la sudoración, el ritmo cardíaco y los movimientos peristáticos, se elevan moderadamente los párpados, aumentan los movimientos de deglución, etc.
El asco, por su parte, es una emoción cuya utilidad radica en alejar a las personas de alimentos u otras sustancias que pudieran resultar tóxicas para ellas. Es por esto que nos dan asco, por ejemplo, los excrementos, los cadáveres, etc. (son fuentes potenciales de infección que podrían en riesgo la continuidad de la vida). Implica la actividad de la amígdala y el hipocampo (asociaciones memorísticas).
La sorpresa se produce cuando un acontecimiento externo contradice nuestras expectativas. Sirve para detectar las alteraciones inesperadas en el ambiente, que pudieran alertarnos de un peligro desconocido. Tras la sorpresa se suele producir una emoción de alegría, miedo o tristeza como respuesta secundaria; asociada a la naturaleza del estímulo detonante y nuestra percepción subjetiva sobre él.
La ira es una respuesta principalmente defensiva, surge como advertencia de una posible agresión. Su utilidad principal fue la defensa del territorio, y, por tanto, de los recursos necesarios para la vida. Implica un conjunto complejo de estructuras cerebrales subcorticales, como la amígdala y otras regiones ancladas en la región más primitiva de nuestro cerebro (sistema límbico). En la ira se produce una contracción de los músculos aledaños a la nariz, fruncimiento del ceño, mirada estática, hiperventilación, taquicardia, tensión muscular y ligera exposición de la dentición.
Todas estas respuestas emocionales son casi automáticas y reactivas a estímulos incondicionados (o condicionados filogenéticamente y ontogenéticamente). Por tanto, dependen de aprendizajes previos a lo largo de la vida (condicionamiento clásico, condicionamiento operante, aprendizaje vicario, etc.) y del bagaje evolutivo que ha forjado el sistema nervioso de nuestra especie a lo largo de miles de años.
Los sentimientos, por otro lado, tienen un fuerte componente cognitivo y surgen como un proceso secundario a las emociones básicas que hemos comentado. Uno puede tener decenas de sentimientos diferentes, y estos no presentan una catalogación exhaustiva hasta la fecha. La interacción entre las emociones y las cogniciones da como resultado los sentimientos, por lo que puede deducirse que éstos son de mayor complejidad. Actualmente sabemos que los sentimientos emergen de la actividad cerebral convergente entre las regiones límbicas (en las que se procesa la experiencia emocional) y las estructuras prefrontales (ética, razonamiento, etc.).
No debemos olvidar que las emociones y los sentimientos definen, todavía hoy, la calidad de nuestras relaciones sociales. También juegan un papel esencial en procesos como la toma de decisiones, el enamoramiento, los vínculos parentales, etc. Además, la inteligencia emocional ha demostrado tener mayor relación con el éxito y la felicidad subjetiva que la inteligencia académica...
En definitiva, no sólo la razón forja el devenir humano.
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