PSICOLOGÍA: LA DEPRESIÓN MAYOR

La Depresión Mayor es uno de los trastornos mentales más habituales de nuestro tiempo. Se estima que su incidencia global presenta una progresión acusada y ascendente desde hace décadas, y que en pocos años pasará a ser la primera causa de baja laboral en prácticamente todo el mundo (especialmente en occidente). En líneas generales podría resumirse como la experiencia subjetiva de emociones negativas y desbordantes, todas ellas orbitando en torno al núcleo común de una tristeza que se antoja profunda e invasiva. A menudo es el resultado de un esfuerzo adaptativo ante circunstancias vitales concretas cuya cualidad reviste un profundo impacto sobre las expectativas, valores y creencias más íntimas de la persona. Cuando las circunstancias resultan adversas en grado extremo y la persona percibe cierta vulnerabilidad ante ellas, puede emerger una reacción afectiva intensa que en términos clínicos es compatible con la abstracta etiqueta de Depresión Mayor. Así pues, se trata de un fenómeno complejo que emerge de la convergencia entre el entorno y la percepción subjetiva de la persona que interactúa con él.
Pero la tristeza no puede entenderse como un fenómeno extraordinario, al margen de las experiencias normales de una persona a lo largo del ciclo vital. La vida, como experiencia cargada de notables matices subjetivos, está compuesta de momentos como única unidad de medida. Estos momentos se hacen tangibles en cuanto requieren un juicio personal del observador… valoración que tiene múltiples correlatos, entre los que es necesario subrayar por su especial relevancia los componentes emocionales. Ante circunstancias adversas surge una reacción coherente, la tristeza, que no implica por sí misma un fenómeno patológico (de hecho, nos ayuda a disponer de apoyo social en momentos de declive personal). En cambio, la Depresión Mayor va más allá de la tristeza reactiva (aunque también forma parte de su sintomatología): implica la sólida percepción de una total incapacidad para ser feliz. Así pues, no debemos confundir la tristeza (una de las denominadas “emociones puras” o “emociones verdaderas”) con la Depresión Mayor, pues aunque reconozcamos cierto solapamiento fenomenológico se trata de entidades muy diferenciadas.
Tampoco es conveniente reducir el fenómeno depresivo a sus correlatos puramente fisiológicos. Aunque muchos estudios que exploran la función neurológica han demostrado ciertas alteraciones en el patrón electroquímico de los neurotransmisores cerebrales (serotonina a nivel prefrontal, dopamina en el sistema de recompensa, etc.), la Depresión es un fenómeno de amplio calado personal en el que lo cognitivo actúa como elemento clave para su explicación. En este artículo haremos especial hincapié en esta idea, entendiendo la Depresión como una realidad que requiere de múltiples perspectivas para ser entendida íntegramente.

SÍNTOMAS DE DEPRESIÓN MAYOR
El síntoma central, en torno al cual giran la mayor parte de las clasificaciones diagnósticas, es la tristeza. La persona percibe que esta emoción domina por completo su vida, y deja de ser una simple reacción ante circunstancias adversas delimitables en el espacio y el tiempo. En este sentido, la persona percibe que el ánimo decaído invade toda su existencia, aunque las situaciones que lo propiciaron ya no formen parte de su experiencia cotidiana. En otros casos, la erosión personal propiciada por adversidades largamente mantenidas acaba por generar emociones negativas compatibles con el fenómeno depresivo. Se produce en estos casos una evolución de la experiencia interna, que supone la adición o sustitución de los síntomas ansiosos por los propios de la depresión (dos realidades clínicas cuya relación ha quedado más que demostrada desde una perspectiva empírica). Resumidamente, el estímulo que sirve como detonante de un trastorno depresivo puede ser muy variable:
- Situaciones específicas de alta carga negativa (acontecimientos vitales identificables) o circunstancias menos intensas emocionalmente pero de dilatada cronicidad (erosión personal progresiva).
- Situaciones ancladas en el pasado que inciden en el presente (por ser evocadas con frecuencia en la memoria o por haber generado consecuencias tangibles que afectan a la persona en el momento actual).
- Circunstancias o eventos que atentan contra la estructura jerárquica de valores o que comprometen la integridad de creencias clave que la persona esgrime en su fuero interno.
La percepción subjetiva de vacío es también muy habitual en personas que sufren un trastorno depresivo (Viktor Frankl describió este fenómeno como Depresión Noógena, una respuesta emocional profunda ante la ausencia de sentido vital). Surge también la percepción del futuro como una realidad desprovista de esperanza. El vacío no se circunscribe únicamente al ominoso abismo que surge ante el escrutinio del futuro (o el pasado), sino que se hace extensible a la percepción actual de uno mismo (baja autoestima, pérdida global de autoconfianza, sentimientos muy invalidantes de culpa, incapacidad para tomar decisiones relevantes, etc.) y de quienes le rodean (sentimientos de inutilidad en las interacciones sociales, reducción de actividades compartidas, percepción de incomprensión, etc.): esta profunda afectación en la percepción de uno mismo, de los demás y del futuro es conocida en la literatura científica como “tríada cognitiva de la depresión”. Durante el tiempo en que la depresión se manifiesta es muy habitual que se produzca el llanto, una expresión elocuente de los sentimientos de tristeza. El llanto, como fenómeno independiente, es un mecanismo neurológico diseñado específicamente para aliviar la tensión neurológica cuando el sistema nervioso se encuentra saturado por situaciones estresantes, de modo que su inhibición voluntaria (motivada por la vergüenza o la culpa) puede empeorar la vivencia interna.
Un fenómeno asociado a esta experiencia es, sin duda, la ausencia de motivación. La persona que sufre un trastorno depresivo refiere con frecuencia que todo cuanto le hacía feliz carece de sentido para ellos: se produce una retirada progresiva de circunstancias estimulantes que tejen una estructura de vida simplificada y desprovista de relevancia personal. La persona siente su mundo íntimo como una realidad angosta y poco gratificante, lo que no hace más que potenciar los síntomas depresivos en un ciclo recurrente (anhedonia o dificultad para experimentar placer) que se proyecta especialmente hacia el futuro (pesimismo). Se observa, de forma coherente con lo aquí comentado, un enlentecimiento psicomotor evidente (habla lenta y monocorde, quietud psicomotriz, movimientos enlentecidos, aumento del tiempo de reacción, etc.) y un déficit en funciones ejecutivas como la concentración y la atención. Tanto la afectación de la motivación como los correlatos cognitivos aquí descritos son compatibles con las alteraciones neurológicas del lóbulo frontal (hipoprosexia o distraibilidad, por ejemplo) y del sistema cerebral de recompensa (ausencia de motivación por lo que antes era gratificante), compuesto por el área tegmental ventral y el núcleo accumbens, además de sus proyecciones a estructuras corticales superiores. Aun así, y como ya hemos subrayado antes, no pueden reducirse exclusivamente a ellas.
Otros síntomas habituales son la pérdida de peso (sin que medie una dieta hipocalórica que pudiera explicarla) y los trastornos de sueño (especialmente insomnio primario). En otros casos se produce el efecto contrario, y la persona presenta una mayor ingesta de alimentos (observándose una ganancia proporcional de peso) y una mayor cantidad de horas de sueño (hipersomnia). Así pues, los cambios en estas funciones fisiológicas básicas (ora por defecto ora por déficit) son relativamente frecuentes en la Depresión Mayor. Además, muchos estudios sugieren que los fenómenos cognitivos que propician estos cambios en la alimentación y el sueño (cansancio, debilidad, abatimiento, etc.) pueden actuar como variables mantenedoras en el trastorno depresivo e incluso agudizar los síntomas, empeorando así el pronóstico. Por supuesto, una nutrición o reposo deficientes altera también las funciones ejecutivas (atención, concentración, memoria, etc.), contribuyendo significativamente a su declive durante el cuadro depresivo.
Un síntoma también habitual es la ideación autolítica (cogniciones suicidas). Se trata de pensamientos relacionados con la interrupción voluntaria del ciclo vital que surgen al ponderar subjetivamente el futuro. Sería una reacción secundaria a lo comentado previamente respecto al pesimismo y la invasión extensiva del pensamiento negativo hacia lo que queda por vivir. Estos pensamientos tienden a estructurarse con el paso del tiempo (adquiriendo una mayor complejidad) y requieren atención profesional especializada para mediar en su progresión hacia la consumación del suicidio o las posibles lesiones de gravedad que pudieran concurrir en un intento fallido.
La Depresión Mayor presenta una sintomatología diferente en función de la edad de la persona afectada. En población infantil y adolescente, se observa con frecuencia irascibilidad (junto al bajo afecto positivo y el alto afecto negativo característicos de la Depresión), que en muchos casos conduce a conductas imprudentes o que ponen en riesgo la integridad de la persona y/o de terceros (consumo de drogas, conducción temeraria, etc.). Respecto a las situaciones que suelen asociarse a sintomatología depresiva en niños, destacan aquellas circunscritas al ámbito de lo académico o que comprometen el ambiente familiar (malas calificaciones escolares, divorcio, nacimiento o adopción de un nuevo hermano, etc.), mientras que en los adolescentes se relacionan más frecuentemente con los vínculos sociales en el seno del grupo de referencia (rechazo, bullying, mudanzas, desengaños amorosos, nuevas parejas de los progenitores,  etc.). En la tercera edad, los síntomas depresivos pueden manifestarse de forma similar a las demencias subcorticales (alzhéimer especialmente), haciéndose necesario un buen diagnóstico diferencial. La pérdida de la pareja u otros familiares, el declive físico percibido, la jubilación, la pérdida de autonomía, la inseguridad que supone cambiar de ciudad, etc. son situaciones de especial riesgo para el desarrollo de esta sintomatología durante la vejez.
Por último, señalar que los síntomas depresivos pueden aparecer también en otros trastornos diferentes a la Depresión Mayor. Por ejemplo, en los episodios depresivos de un trastorno bipolar, en los trastornos por consumo de sustancias, en diversos trastornos psicóticos (como la esquizofrenia o el trastorno esquizoafectivo), en el proceso de duelo no resuelto (duelo patológico), en los trastornos adaptativos, en situaciones de acoso (bullying y mobbing, por ejemplo), en el burnout (también conocido como síndrome de “estar quemado”), en el trastorno de estrés postraumático y otros. El profesional encargado de atender a la persona que refiere síntomas depresivos deberá explorar convenientemente la posible incidencia de problemáticas clínicas adicionales que pudieran ser relevantes para la articulación del tratamiento psicológico.

LAS DIFERENTES TEORÍAS EXPLICATIVAS DE LA DEPRESIÓN
En función de las corrientes de pensamiento de cada época, los estudiosos de la naturaleza humana atribuían una causa diferente a los síntomas depresivos, desde conflictos subyacentes (modelo psicoanalítico) a complejas reacciones químicas en lo más profundo de nuestro sistema nervioso. En esta sección describiremos brevemente algunas de las más relevantes en el panorama clínico y científico actual.
Desde una perspectiva neurológica, destacan las teorías serotoninérgicas y noradrenérgicas (cada una de ellas atribuye una importancia diferente a los neurotransmisores serotonina y noradrenalina en la etiología de la depresión). Según esta perspectiva, un funcionamiento deficiente de ciertos neurotransmisores en las sinapsis neurales sería el responsable de los síntomas depresivos. La serotonina, generada especialmente en el núcleo del rafe, es la que ha recibido una mayor atención a este respecto (motivo por el cual la mayor parte de los antidepresivos actuales son inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina – ISRS). La depleción serotoninérgica también generaría otros síntomas asociados a la depresión, como las dificultades atencionales y de concentración. Algunos especialistas en la cuestión también subrayan que, a medida que la persona piensa continuamente en aspectos negativos de su experiencia pasada (algo muy habitual en la Depresión, como ya hemos visto) activa amplias redes de conexiones neurales que propician la emergencia de una constelación de recuerdos coherentes con el estado de ánimo depresivo y la afectividad negativa. Este fenómeno sería el que distorsionaría la percepción del pasado desde una perspectiva puramente neurológica, y explicaría el modo en que los recuerdos resultan más o menos accesibles en función de cómo nos sentimos en un momento dado.
Desde la perspectiva del paradigma humanístico destacan las aportaciones de autores como Viktor Frankl. Este autor (fundador de la logoterapia y estudioso de la resiliencia humana) proponía que todo dolor humano podía tolerarse siempre que fuéramos capaces de otorgarle un sentido. En este contexto, entendía la Depresión como un vacío existencial en el que las circunstancias vitales quedarían desprovistas de un significado personalmente significativo. Así pues, cualquier situación vital propiciaría síntomas depresivos en el caso de que la persona no fuera capaz de integrar su significado con éxito en la narrativa personal (lo que conocemos como Depresión Noógena). El tratamiento psicológico estaría orientado, en este caso, a la reflexión personal y sincera en busca de coherencia existencial.
Las teorías de mayor relevancia actual son las cognitivo-conductuales. Según la perspectiva conductual, la depresión sería el resultado de una disminución progresiva de actividades agradables. A medida que la persona decide abandonar aquellas cosas con las que anteriormente disfrutaba va tejiendo una vida caracterizada por la ausencia de refuerzos. Esta ausencia de refuerzos se traduce en un bajo disfrute, así como una inhibición de ciertas situaciones que por sí mismas podrían proporcionar apoyo social (aunque sea sólo de forma transversal). A medida que el tiempo pasa, la persona presenta una conducta de retirada de refuerzos más acusada hasta que acaba por consolidarse una sintomatología de entidad suficiente para requerir intervención clínica (programa de actividades agradables, por ejemplo). Para la Psicología Cognitiva, la Depresión Mayor sería el resultado de pensamientos irracionales (modelo de Ellis) o esquemas depresógenos (modelo de Beck) que se activarían ante situaciones específicas. La terapia racional emotiva (TRE), por ejemplo, propone que toda emoción está vinculada a un pensamiento que le sirve de sustento (sin el cual no tendría razón de ser). En este contexto, diferencia entre pensamientos racionales e irracionales, siendo estos últimos (inflexibles, rígidos, dicotómicos, con poca adecuación a la realidad, etc.) los que generarían emociones intensas, como la tristeza propia de la depresión. Las situaciones, por tanto, no serían las responsables de las emociones (lo que supondría un déficit en el control percibido sobre la vida interna), sino que éstas dependerían de cómo las interpretamos (pensamiento). Beck, por su parte, propuso el concepto de triada cognitiva para explicar el particular prisma desde el cual observa el mundo la persona que sufre un trastorno depresivo. Para mayores referencias al respecto de la perspectiva cognitiva de la depresión, recomendamos la lectura del artículo “Terapia Racional Emotiva” en el blog de IVAPSAN.

LA IMPORTANCIA DE LA COGNICIÓN EN LA DEPRESIÓN MAYOR
La depresión es un trastorno mental eminentemente cognitivo. Aunque se observan correlatos fisiológicos (que ya hemos señalado con anterioridad), el pensamiento ejerce un papel clave tanto en el origen como en el mantenimiento de los síntomas. Por ejemplo, es bien conocido que evocamos mucho mejor aquellos recuerdos que son coherentes con nuestro estado de ánimo. De esta forma, cuando nos sentimos tristes solemos recurrir a escenas del pasado que refuerzan esta emoción. A medida que el tiempo pasa, se observa una abstracción selectiva de lo vivido que subraya lo negativo como lo más habitual o recurrente, surgiendo pensamientos que orbitan en torno a la convicción de haber atravesado una vida desgraciada. Cuando se analiza esta visión del pasado durante la terapia, a menudo la persona puede ver con claridad que su percepción no corresponde con la realidad.
La depresión, además, suele estar acompañada de una expectativa negativa sobre el futuro. La persona suele pensar que lo que está por venir es igual o peor que lo ya vivido, y que además no podrá hacer nada para cambiar la situación. El hecho de percibir que la propia felicidad está sujeta a circunstancias azarosas implica una pérdida de control personal que se refleja en una indefensión profunda. Cuando la proyección del futuro es negativa se distorsiona el modo en que se perciben los acontecimientos presentes para confirmar que las creencias pesimistas son ciertas, de modo que cualquier indicio sutil de que las cosas no son “como deberían” supone la confirmación de lo que se considera un “hecho probado”. Esto se hace extensible a la propia personalidad que se ve afectada por una autoestima lacerada, habitual en la depresión mayor: cualquier pequeño gesto de desaprobación puede entenderse como un rechazo contundente o cualquier leve crítica convertirse en una señal de censura personal. Estas reacciones que en principio pudieran parecer excesivas, son coherentes con el estado de ánimo depresivo y deben entenderse desde la particular perspectiva al que éste somete a la persona.
Toda emoción está asociada a un pensamiento. En la depresión predomina la tristeza como la principal vivencia afectiva, sustentada por cogniciones que median entre las situaciones vitales específicas y la experiencia emocional intensa. La depresión, metafóricamente, sería similar a utilizar unas gafas oscuras: predomina una visión ennegrecida de la realidad que empaña el hecho mismo de vivir. Cuando las gafas se llevan durante demasiado tiempo, uno tiende a acostumbrarse a ellas y acomodarse a una existencia vacía (zona de seguridad), mostrando resistencias a cambios importantes en la dinámica del pensamiento.

ESTRATEGIAS PARA PREVENIR LA DEPRESIÓN MAYOR O MEJORAR SUS SÍNTOMAS
A continuación presentamos una serie de recomendaciones orientadas a prevenir la Depresión Mayor o a mejorar la sintomatología depresiva cuando la persona se encuentra atravesando momentos personalmente difíciles. Es importante recordar que no sustituyen al tratamiento convencional (farmacológico o psicoterapéutico). Ponerse en contacto con un profesional de la salud mental mejorará significativamente el pronóstico.
- Práctica de ejercicio físico: Muchos estudios han llegado a la conclusión de que la práctica de ejercicios aeróbicos (senderismo, footing, etc. o simplemente caminar) reduce significativamente los síntomas depresivos. La práctica de actividad física adaptada a las particularidades de la persona es uno de los antidepresivos naturales más eficaces que existen, al potenciar la sensación de bienestar subjetivo, mejorar la autoimagen y facilitar procesos electroquímicos en el sistema nervioso central que potencial el estado de ánimo (dopamina, serotonina, etc.).
- Exposición a la luz solar y buena calidad del sueño: Muchos estudios indican que la exposición a la luz solar facilita la segregación de melatonina en la glándula pineal (una estructura nerviosa situada en el núcleo del sistema nervioso central). La melatonina es conocida popularmente como la hormona de la felicidad, y en su momento gozó de gran relevancia en la comunidad científica por sus propiedades químicas como elemento endógeno para combatir la Depresión. La melatonina se segrega durante el sueño (por la noche, especialmente de 12:00 a 3:00) y muy especialmente cuando éste se produce en situaciones propicias (ambiente tranquilo, oscuro y silencioso), por lo que es necesario adoptar buenas estrategias de higiene del sueño (no realizar ejercicio físico tres horas antes de acostarse, cenar ligero, facilitar condiciones ambientales favorables para el sueño, dormir una cantidad suficiente de horas, no comer en mitad de la noche si se produce un despertar, respetar los ritmos biológicos, evitar dormir durante el día o hacer siestas largas, etc.).
- Realizar actividades positivas: Ya hemos comentado que en la Depresión Mayor se observa una disminución de actividades agradables. La persona puede experimentar dificultades para organizar un programa de ocio que le permita recuperar la ilusión en nuevas metas o experiencias significativas. En este sentido, es importante hacer un esfuerzo personal en los primeros momentos: con el paso del tiempo, se integrarán en el ritmo de vida y el ánimo mejorará paralelamente. Algunos ejemplos podrían ser el cine, el baile, el teatro, los idiomas, charlas, conferencias, etc. Los autocuidados son importantísimos para la mejora del estado de ánimo, en definitiva, mimarse a uno mismo y tratarse con cariño.
- Ofrecerse como voluntario: Ciertos estudios han hallado de forma contundente que enrolarse en actividades de ayuda a los demás proporciona satisfacción personal y reduce los síntomas depresivos. Si tienes la posibilidad de hacerlo, te recomendamos que participes en actividades de voluntariado o colabores en asociaciones que te permitan realizar un proyecto prosocial o altruista.
- Reforzar el apoyo social: La expresión abierta y sincera de lo que sentimos tiene propiedades terapéuticas. Hablar con un buen amigo de las cosas que nos preocupan, de las situaciones que nos abruman, etc. ejerce un enorme efecto sobre el afecto al ventilar la experiencia emocional. En este sentido, no es necesario que se trate de un profesional de la salud mental, cualquier persona capaz de proporcionar apoyo social generará enormes beneficios para la persona que sufre Depresión Mayor.
- Animales de compañía: Una gran cantidad de estudios sugiere que los animales de compañía mejoran el estado de ánimo de las personas que conviven con ellos en el hogar. Este efecto se ha demostrado con muchos animales distintos: desde perros, hasta gatos, pasando por hámsters y otros animales más exóticos, como serpientes o iguanas. Los animales proporcionan un sentimiento de afecto incondicional que estimula la autoestima y sirve como factor de protección en la Depresión Mayor. En la actualidad, existen terapeutas que introducen la relación con animales domésticos en sus procedimientos clínicos para trastornos muy diversos: Depresión, Trastornos de Ansiedad, Trastornos del Espectro Autista, etc. También el cuidado de plantas proporciona sentimientos positivos y una mejor calidad de vida.
- Relacionarse con personas optimistas: El optimismo proporciona enormes efectos terapéuticos. Debido a que la persona con Depresión suele encontrarse abrumada por el pesimismo, una visión positiva de la vida en quienes le rodean puede ayudarle a asumir una perspectiva diferente de su situación (aumentando el número de autoinstrucciones positivas, tales como “lo estoy haciendo muy bien”, “ya me encuentro mejor”, “poco a poco saldré de esto”, etc.).
Por último, recuerda que la ayuda de un profesional de la Salud Mental puede ser clave para mejorar la calidad de vida y el estado de ánimo en las personas que sufren un Trastorno Depresivo.

Puedes acceder al artículo en la web de IVAPSAN

PSICOLOGÍA: UNA BREVE PERSPECTIVA NEUROEVOLUTIVA DE LA EMOCIÓN Y LOS SENTIMIENTOS

A menudo las personas confunden las emociones y los sentimientos. De hecho, incluso hay quienes son incapaces de identificar verbalmente con exactitud lo que están sintiendo (alexitimia), lo que no hace más que generar mayor confusión en un asunto cuyas líneas de división son ya de por sí tenues. 

Si hablamos de la naturaleza de las emociones, no podemos eludir su utilidad adaptativa. Las emociones son reacciones naturales del organismo ante un evento que genera una respuesta específica. Son casi automáticas, sin necesidad de autoreflexión, algo así como los reflejos innatos. Cuando empezaron los estudios dirigidos a delimitar cuáles eran las emociones humanas, emergieron teorías que evocaban docenas de ellas distintas, y no fue hasta más tarde, con las estrategias específicas de rotación y factorización junto a estudios meta-análiticos que recogieron la Información procedente de investigaciones previas, que se pudieron detectar las llamadas "emociones puras" o "emociones verdaderas": la alegría, la tristeza, el asco, el miedo, la sorpresa y la ira. Procedemos a hacer una brevísima reflexión de cada una de ellas:

La alegría es una emoción caracterizada por un ánimo expansivo. Surge como respuesta a un estímulo gratificante para la persona. Cuando algo es agradable para alguien, seguramente sea también beneficioso para su organismo. La alegría estímula determinadas regiones cerebrales responsables del refuerzo, como el Núcleo Accumbens, el Área Tegmental Ventral y la Corteza Prefrontal (generando aprendizajes que consolidan la búsqueda nuevamente en el futuro del estímulo que propició la emoción). Cuando una persona está alegre, las comisuras de los labios ascienden levemente, se produce midriasis pupilar, se activa el músculo orbito-ocular, se observa taquicardia, vasodilatación periférica y sensación de euforia. 

La tristeza es el antagonista de la alegría, y surge como respuesta a estímulos que generan distrés psicológico o dolor físico. La tristeza tiene como objetivo generar una respuesta compleja (fisiológica, cognitiva, motora...) que se traduzca en la atención de las personas del entorno, de modo que éstas puedan asumir la responsabilidad de la persona que la expresa (generalmente indispuesta por las circunstancias). Es por esto que cuando uno se siente triste presenta un enlentecimiento psicomotor. En la tristeza, se activan determinadas regiones del lóbulo prefrontal del hemisferio derecho, así como la amígdala y algunas regiones temporales. Las comisuras labiales descienden, se produce ptosis palpebral bilateral, la actividad galbánica de la piel aumenta, aparece bradicardia y vasodilatación periférica. 

El miedo es una emoción que garantiza las respuestas de huida ante estímulos potencialmente peligrosos y que han sido asociados como tal a nivel filogenético (aprendizajes enraizados en el proceso evolutivo de la especie) o por experiencias específicas a lo largo de la vida. Implica actividad principalmente de la amígdala. En el miedo aumenta la actividad vegetativa, la sudoración, el ritmo cardíaco y los movimientos peristáticos, se elevan moderadamente los párpados, aumentan los movimientos de deglución, etc. 

El asco, por su parte, es una emoción cuya utilidad radica en alejar a las personas de alimentos u otras sustancias que pudieran resultar tóxicas para ellas. Es por esto que nos dan asco, por ejemplo, los excrementos, los cadáveres, etc. (son fuentes potenciales de infección que podrían en riesgo la continuidad de la vida). Implica la actividad de la amígdala y el hipocampo (asociaciones memorísticas).

La sorpresa se produce cuando un acontecimiento externo contradice nuestras expectativas. Sirve para detectar las alteraciones inesperadas en el ambiente, que pudieran alertarnos de un peligro desconocido. Tras la sorpresa se suele producir una emoción de alegría, miedo o tristeza como respuesta secundaria; asociada a la naturaleza del estímulo detonante y nuestra percepción subjetiva sobre él.

La ira es una respuesta principalmente defensiva, surge como advertencia de una posible agresión. Su utilidad principal fue la defensa del territorio, y, por tanto, de los recursos necesarios para la vida. Implica un conjunto complejo de estructuras cerebrales subcorticales, como la amígdala y otras regiones ancladas en la región más primitiva de nuestro cerebro (sistema límbico). En la ira se produce una contracción de los músculos aledaños a la nariz, fruncimiento del ceño, mirada estática, hiperventilación, taquicardia, tensión muscular y ligera exposición de la dentición.

Todas estas respuestas emocionales son casi automáticas y reactivas a estímulos incondicionados (o condicionados filogenéticamente y ontogenéticamente). Por tanto, dependen de aprendizajes previos a lo largo de la vida (condicionamiento clásico, condicionamiento operante, aprendizaje vicario, etc.) y del bagaje evolutivo que ha forjado el sistema nervioso de nuestra especie a lo largo de miles de años.

Los sentimientos, por otro lado, tienen un fuerte componente cognitivo y surgen como un proceso secundario a las emociones básicas que hemos comentado. Uno puede tener decenas de sentimientos diferentes, y estos no presentan una catalogación exhaustiva hasta la fecha. La interacción entre las emociones y las cogniciones da como resultado los sentimientos, por lo que puede deducirse que éstos son de mayor complejidad. Actualmente sabemos que los sentimientos emergen de la actividad cerebral convergente entre las regiones límbicas (en las que se procesa la experiencia emocional) y las estructuras prefrontales (ética, razonamiento, etc.).

No debemos olvidar que las emociones y los sentimientos definen, todavía hoy, la calidad de nuestras relaciones sociales. También juegan un papel esencial en procesos como la toma de decisiones, el enamoramiento, los vínculos parentales, etc. Además, la inteligencia emocional ha demostrado tener mayor relación con el éxito y la felicidad subjetiva que la inteligencia académica...

En definitiva, no sólo la razón forja el devenir humano.

PSICOLOGÍA: NEURONAS ESPEJO Y EMPATÍA

LAS NEURONAS ESPEJO: UN EJEMPLO

Eran las 6 de la tarde. Como cada día, María había salido a reunirse con sus amigos en la puerta del Ayuntamiento de su ciudad. Tenían pensado ir al cine y quizá, si no llovía (como insistía con vehemencia el hombre del tiempo), saldrían a tomar unas copas. 

La calle estaba abarrotada. Aunque ya empezaba a anochecer parecía que el mundo continuaba convulsionando, revolviéndose: algunos volvían a casa agotados, otros charlaban animadamente, y la algarabía restallaba contra los muros de hormigón de una ciudad anónima.

De repente escuchó un grito. Se giró y lo vio. Un coche a toda velocidad arrolló a un señor mayor que, tras estrellarse sobre el capó del coche, salió despedido varios metros y quedó extendido en los márgenes de la carretera. Su corazón se sobresaltó y, durante un momento, sintió un dolor punzante.


¿QUÉ SON LAS NEURONAS ESPEJO?

Al leer este texto, muchos pueden preguntarse por qué María (a pesar de no haber sufrido aquel accidente en carne propia) sintió, de algún modo, una experiencia dolorosa que estaba ocurriéndole a otra persona. La respuesta a esta pregunta radica, precisamente, en un conjunto de neuronas especializadas que pueblan diversas estructuras de nuestro sistema nervioso central: las neuronas espejo.

Estas células nerviosas reaccionan químicamente ante circunstancias que afectan a otras personas, incluso a aquellas sobre las que no guardamos un vínculo íntimo (amistad, familia, etc.). Los patrones de activación cerebral de estas neuronas sugieren que el espectador (María, en nuestro caso) experimenta emociones y sensaciones similares a las que serían esperables en caso de ser ella la protagonista de la escena contemplada (haber sufrido el atropello). De esta forma, surgen impulsos electroquímicos en regiones cerebrales asociadas al dolor cuando vemos sufrir a otra persona, o experimentamos cierta desazón al observar el rostro de alguien que expresa con vehemencia sentirse triste.

Las neuronas espejo garantizarían que las emociones ejercen su papel como elementos esenciales de comunicación, cimentándose especialmente en la configuración facial que forma parte inherente de cada una de ellas (la tristeza promueve la aproximación social, el asco advierte de una sustancia tóxica para el organismo, etc.). En tiempos remotos este fenómeno aumentó sustancialmente nuestras probabilidades de supervivencia, ya que facilitaba conductas de cooperación y consolidaba aprendizajes (por observación) con alto valor adaptativo. Además, muchos estudios han puesto en el punto de mira a estas neuronas, al considerarlas un elemento esencial para la comprensión de la empatía.


LAS NEURONAS ESPEJO: ESTUDIOS EN ANIMALES

Las neuronas espejo fueron descubiertas por pura casualidad mientras se investigaban las respuestas neurológicas asociadas a la alimentación en monos rhesus: se aplicó un electrocorticograma sobre las regiones motoras secundarias del cerebro de uno de estos animales mientras observaba como otro mono recogía una manzana. Para sorpresa de los investigadores, el mono activó exactamente las mismas rutinas cerebrales que habría activado en el caso de recoger la manzana por sí mismo (aunque en ningún momento se movió). El primate reprodujo neurológicamente la conducta que estaba observando y, por un momento, la acción percibida modificó su actividad cerebral como si fuera una acción propia.

Otro ejemplo de investigación sobre este fenómeno en animales se evidencia en un estudio clásico sobre la cuestión (que muy probablemente hoy atentaría contra la deontología profesional): en éste se utilizaron ratones a los que, durante un periodo de tiempo determinado, se les aplicó un programa continuo de auto-administración de anfetaminas (sustancias estimulantes que funcionaban como mecanismo de refuerzo). Cuando la conducta operante pretendida había sido adquirida (presionar una palanca para que la dosis fuera administrada), se obtuvo la línea base de la misma y se expuso al ratón a una situación nueva en la que, cada vez que presionaba la palanca para obtener la dosis de droga, en otra jaula (a la vista del animal) un ratón sufría una descarga eléctrica bastante dolorosa. 

Cuando el ratón percibía el dolor del otro animal, parecían activarse regiones cerebrales implicadas en la experiencia dolorosa que inhibieron la conducta de autoadministración de droga, cesando inmediatamente la conducta operante (pulsar la palanca) cuando observó que ésta generaba dolor a otro miembro de su especie.


LAS NEURONAS ESPEJO EN EL SER HUMANO

Un fenómeno tan intrigante como éste merecía ser explorado también en el ser humano. No tardaron en llegar estudios con este propósito (utilizando estrategias de neuroimagen, muy discretamente invasivas) que confirmaron la presencia de estas neuronas en prácticamente la totalidad de nuestro parénquima cerebral.

En humanos, las neuronas espejo (o especulares) se encuentran repartidas en diversas regiones cerebrales y muy especialmente en una estructura parietal clave para el lenguaje: el área de Broca. Una lesión amplia en esta zona produce una alteración conocida como Afasia de Broca, que afecta a la fluidez del habla y a otras formas de expresión (prosodia, comunicación no verbal, etc.). Es por este motivo que algunos investigadores han relacionado el aprendizaje del lenguaje con las neuronas espejo. Básicamente se postula que, a través de procesos de imitación derivados de la percepción del habla, el cerebro del niño adquiriría la capacidad de transmitir y comprender información verbal y no verbal. Para muchos autores, las neuronas espejo tienen un papel determinante en el aprendizaje de una función tan esencial como la comunicación interpersonal.

Pero la función de las neuronas especulares no acaba aquí. Al parecer, estas células cerebrales también podrían tener una relación directa con la empatía. Así (como ya hemos subrayado con anterioridad), cuando percibimos el dolor de una persona se activan en nosotros aquellas regiones relacionadas con la experiencia álgica, de forma que nuestro cerebro percibe el dolor ajeno como propio y nos impele a actuar para aliviarlo. Sería un fundamento básico de la conducta prosocial (o incluso de la actividad altruista) y un elemento esencial para garantizar la supervivencia de la especie. Siguiendo esta lógica de pensamiento, sería posible que el cerebro de personas con alteraciones psicopáticas (principalmente aquellas que se relacionan con la interacción social) pudieran sufrir déficits en el funcionamiento de estas neuronas, que les hubieran impedido forjar asociaciones entre el dolor ajeno y el propio. De esta forma, se obstruiría la construcción de un esquema de acción dirigido a aliviar el dolor de los demás y se consolidaría una conducta orientada al beneficio propio, en detrimento radical de las necesidades de los demás.

En conclusión, es razonable pensar que estas neuronas ejercen un papel clave en muchas de las características que consideramos típicamente humanas (el lenguaje, la empatía, etc.), y nos han permitido establecer conexiones con los demás que han favorecido la cooperación a lo largo de nuestra historia como especie. Muy probablemente, su relevancia como elemento adaptativo nos ha permitido no sólo sobrevivir como organismo biológico, sino trascender como seres creadores y creativos (puesto que toda expresión artística tiene un profundo sustrato emocional que trasciende la propia obra para incorporarse al acervo personal de la experiencia, fenómeno que depende íntimamente de nuestra capacidad para captar las emociones de quien suscribe el arte).

PSICOLOGÍA: LA ESQUIZOFRENIA PARANOIDE

La esquizofrenia paranoide es un trastorno mental cuyos síntomas se incardinan en la categoría nosológica de la psicosis. Como entidad clínica ha sido popularizada por el cine, la televisión y la literatura; por lo que su conocimiento ha trascendido lo puramente profesional para pasar a formar parte del ideario colectivo. Lamentablemente la percepción social de las personas con esquizofrenia ha sufrido también una injusta estigmatización, puesto que a menudo han sido concebidos en estos medios como individuos hostiles o peligrosos con los que es necesario mantener una distancia prudencial. En este artículo pretendemos revisar las características generales de este trastorno y ahondar en las hipótesis explicativas que a él subyacen, así como en otras cuestiones que revisten interés no sólo para los profesionales que habitúan a tratar con estos pacientes, sino para la sociedad en su conjunto.


PRINCIPALES SÍNTOMAS DE LA ESQUIZOFRENIA PARANOIDE

La esquizofrenia ha sido un objeto de estudio central desde los albores de la psiquiatría y la psicología. Desde los psicoanalistas clásicos a los modernos psicólogos cognitivos, se han hecho importantes esfuerzos por describir la expresión de la misma y esbozar modelos teóricos que pudieran explicar el modo en que se desarrolla y mantiene en un individuo dado. Los avances de la neurociencia también han permitido ahondar en las bases neuroanatómicas, neuroquímicas y funcionales que se asocian a la enfermedad; y han aportado su grano de arena para acercarnos a una comprensión integral. Aun así, es justo reconocer que el camino que conduce al entendimiento exhaustivo de un fenómeno tan complejo apenas ha sido iniciado. La comunidad científica tiene ante sí un reto apasionante, la transición desde las hipótesis divinas, místicas o espirituales (que caracterizaban a los acercamientos propios de la edad media) al abordaje científico y riguroso.

En cuanto a los síntomas de la enfermedad, diversos autores (entre los que destaca Crow)  han propuesto modelos descriptivos que diferencian entre síntomas positivos y negativos, que se manifiestan con especial vehemencia en el periodo más agudo del Trastorno. A continuación procederemos a detallar ambas categorías, destacando que la particular forma en la que la enfermedad se presenta depende muy estrechamente de la persona que la sufre.

Síntomas Positivos

Los síntomas positivos suponen la adición de ciertos fenómenos a la experiencia normativa de la persona. Con mucha diferencia se trata de los síntomas más conocidos, pues su naturaleza reviste un carácter ciertamente misterioso entre profanos y especialistas.
       
  •       Alucinaciones: Se trata de experiencias perceptivas que, a pesar de ser integradas en la conciencia de un modo absolutamente convincente, no concuerdan con el ambiente objetivo en el que se encuentra la persona mientras las sufre (no hay un estímulo contextual que pueda dar cuenta lógica de ellas). Las alucinaciones pueden afectar a cualquiera de los sentidos, aunque en la esquizofrenia resultan más habituales las auditivas. Es frecuente que la persona refiera escuchar una voz que sólo ella puede percibir, con actitud imperativa, que utiliza la segunda persona como tiempo verbal y que pretende comunicar un mensaje a menudo coherente con el estado de ánimo (mensajes pesimistas y hostiles que acompañan a un afecto depresivo, por ejemplo). En otras ocasiones, se perciben dos o más voces que mantienen una conversación en la cual el paciente es el núcleo central (autorreferencia). Las alucinaciones visuales pueden ocurrir también en la esquizofrenia, aunque a menudo su filiación corresponde a trastornos orgánicos que es necesario descartar previamente. En otras ocasiones, mucho menos relevantes desde una perspectiva puramente estadística, la alucinación compromete el sentido del tacto (hápticas), el olfato (olfativas) o el gusto (gustativas). Estas últimas, por ejemplo, son muy habituales en las experiencias delirantes de envenenamiento. Sea como fuere, y con independencia del sentido que se ve comprometido, la sólida convicción de veracidad que el paciente atribuye a su experiencia perceptiva genera estados emocionales muy difíciles que pueden requerir ingreso hospitalario para su atención independiente. Por último, es también relativamente frecuente que aparezcan alucinaciones cenestésicas (que afectan al funcionamiento interno percibido del organismo, por ejemplo sintiendo que éste está infestado de insectos/parásitos) y cinestésicas (percepción anómala del movimiento del cuerpo o del entorno). Además, existen multitud de subtipos de alucinaciones, aunque su exposición aquí trascendería el objetivo propuesto para el artículo.
  •      Delirios: Los delirios son interpretaciones de la realidad que no se ajustan a un sustrato objetivo. La persona explica sus circunstancias y las distintas situaciones que afronta en su vida de un modo distorsionado, configurando una realidad subjetiva que tiende a articularse progresivamente (tornándose cada vez más invasiva e irreal). Algunos autores sugieren que el delirio no es más que una explicación racional a experiencias perceptivas anómalas (alucinaciones) que a menudo determinan la experiencia afectiva y la conducta. En la esquizofrenia es muy frecuente el delirio de grandeza (sentirse superior al resto de las personas por una cualidad imaginaria), el de persecución (creencia de hostigamiento permanente por parte de terceros o incluso del propio terapeuta), el delirio nihilista (pensamientos de inexistencia de la persona o el entorno), de autorreferencia (considerando que los mensajes externos están todos dirigidos a la persona, incluso los de la televisión o la radio), etc. La persona suele mantener con firmeza que algunos pensamientos le son introducidos forzosamente (inserción del pensamiento) o que aquello que está en su mente trasciende su experiencia interna y puede ser percibido por los demás (difusión del pensamiento).
  •      Pensamiento/lenguaje desorganizado: Se trata de un fenómeno muy habitual en las personas que sufren un episodio agudo de esquizofrenia. Se observa en estos casos que la comunicación que se mantiene entre la persona afectada y el terapeuta (u otros interlocutores) no emerge con naturalidad y fluidez, sino que está afectada de algún modo (alogia). Así pues, es posible que el discurso sea incoherente en cuanto a su contenido, que esté hilvanado de un modo deficiente, que se observe tangencialidad (mensaje que se pierde en lo casual y deja al margen lo relevante), que se generen palabras nuevas (como neologismos), etc. En todo caso, la expresión verbal evidencia alteraciones formales del pensamiento que de otro modo serían difíciles de explorar, y que constituyen una afectación sustancial del procesamiento de la información.

Síntomas Negativos

Los síntomas negativos podrían describirse, genéricamente, como la pérdida o ausencia de elementos emocionales, cognitivos y conductuales que se encontraban preservados en la persona hasta la aparición de la enfermedad. Se trata de una dimensión poco conocida de la esquizofrenia, que por su menor espectacularidad ha recibido una atención transversal en los medios de comunicación de masas. Forman un cuerpo de expresiones clínicas menos accesible al acervo popular, pero que resultan especialmente importantes de abordar por su enorme potencial invalidante y por la muy notable resistencia que muestran a los tratamientos farmacológicos convencionales.

  •      Aplanamiento afectivo y abulia: A menudo, las personas con esquizofrenia presentan un estado emocional inhibido, una baja reactividad a los estímulos que habitualmente le generaban reacciones afectivas antes de que se confirmara el diagnóstico de la enfermedad. Aunque este síntoma es mucho más acusado durante la fase aguda, a menudo se hace también extensible a aquellos periodos en los que se observa una disminución de los síntomas positivos anteriormente descritos. Las personas con esquizofrenia que refieren aplanamiento afectivo inciden en su escasa motivación para llevar a cabo las actividades cotidianas (lo que conduce necesariamente a una baja satisfacción percibida en la vida diaria), un afecto pobre (y ocasionalmente inadecuado, en el sentido de que se muestra muy reactivo ante estímulos de discreta entidad) y una deficiente expresividad corporal (especialmente en el rostro). El habla puede ser coherente con esta experiencia emocional interna, mostrándose un ritmo enlentecido y un tono aprosódico (afectación de la musicalidad del timbre de voz, siendo ésta demasiado monótona).
  •      Autocuidado deficiente: Es relativamente frecuente que las personas que sufren esta enfermedad presenten problemas para mantener una higiene personal básica (aseo, limpieza dental, etc.) o una correcta autonomía. En este sentido, pueden llegar a necesitar apoyo externo para preservar un aspecto físico adecuado a las exigencias impuestas por lo cotidiano. También puede ser necesario que algún familiar supervise de modo persistente la administración de antipsicóticos para que se consiga una correcta adhesión al tratamiento prescrito.


Es necesario subrayar que con mucha frecuencia estos síntomas pueden confundirse con los propios de un Trastorno del Estado de Ánimo, como por ejemplo la Depresión Mayor (especialmente cuando se hacen evidentes con anterioridad a la emergencia de los síntomas positivos). En este caso, la pericia clínica del profesional sanitario encargado de atender a la persona será crucial para evitar diagnósticos erróneos que pudieran conducir a planes de tratamiento poco adecuados para la persona que solicita intervención.


CÓMO EMPIEZA LA ESQUIZOFRENIA PARANOIDE: LOS SÍNTOMAS PRODRÓMICOS

A menudo la esquizofrenia no es una enfermedad cuya sintomatología se presente de forma abrupta, sino que ésta va configurándose progresiva e insidiosamente a lo largo de meses o años. Conocemos como síntomas prodrómicos a la fase inicial de la enfermedad, en la que la persona suele mostrar una conducta apática y de aislamiento social. Así pues, la persona que se encuentra en esta fase puede mostrarse reacia a conservar sus relaciones de amistad o familiares, prefiriendo la total exclusión física y emocional. Es muy habitual que se observe una reducción progresiva de las interacciones sociales y que éstas sean afrontadas con incomodidad o desagrado. Se presentan también síntomas afectivos importantes (tristeza subclínica, melancolía, etc.) y estados de hiperactivación fisiológica similares a los que se observan en determinados trastornos de ansiedad (especialmente rumiación en torno a diversos tópicos que preocupan a la persona). Como resultado de todos los síntomas afectivos y sociales, pueden aparecer trastornos del sueño (especialmente insomnio primario) y déficits cognitivos que comprometen la atención y la concentración. Es muy importante subrayar en este punto que las personas que sufren esquizofrenia no son más violentas que la población general, un mito que se ha extendido de forma masiva debido al mal empleo del concepto clínico en los medios de comunicación de masas.

La fase prodrómica puede prolongarse durante años, de modo que algunas personas suelen identificar los síntomas propios de la misma como un elemento descriptivo de su personalidad, no como un periodo previo al desarrollo íntegro de la esquizofrenia.


HIPÓTESIS PARA EXPLICAR EL ORIGEN DE LA ESQUIZOFRENIA

A continuación revisaremos brevemente algunos de los modelos etiológicos que, a lo largo de la historia, han tratado de explicar los síntomas psicóticos. Muchos de ellos son coherentes con el espíritu de la época en la que fueron concebidos. Sirva esta breve exposición de compendio de los mismos.

Psicoanálisis

Los Psicoanalistas entendieron el fenómeno clínico de la esquizofrenia como la expresión de conflictos subyacentes, especialmente con la figura materna. Una de las aportaciones más conocidas de esta perspectiva, que subraya la importancia de la interacción maternofilial en la génesis psicótica, es la teoría del doble vínculo. Esta hipótesis explicativa (que no ha sido fundamentada en base a métodos científicos) hace hincapié en los mensajes conflictivos que la madre emite hacia sus hijos, generando un patrón de comunicación en el que lo verbal y lo no verbal entran en una confrontación directa (generando gran confusión). Se trata de una perspectiva que en su momento gozó de gran auge entre la comunidad científica, pero que todavía hoy no ha podido ser sometida a comprobación empírica.

Hipótesis vírica

Ciertos estudios encuentran que, en determinados momentos del año, se observa una mayor incidencia de nacimientos de personas que desarrollan esquizofrenia durante su vida adulta. Este fenómeno ha propiciado diversas explicaciones, entre las que destaca la posibilidad de que el virus de la gripe en la mujer embarazada (especialmente durante el primer trimestre) funcionará como elemento teratógeno prenatal (incrementando la probabilidad de que pudieran desarrollarse trastornos psicóticos durante la vida adulta del recién nacido). Aun así, no ha podido trazarse una relación causal satisfactoria entre la infección gripal y el desarrollo de esquizofrenia (ni siquiera puede contemplarse actualmente como un simple factor de riesgo). Otras variables de la hipótesis vírica para la esquizofrenia sugieren la posibilidad de que ciertas infecciones distintas a la gripe estacional (por priones, por ejemplo) podrían estar a la base de la enfermedad, pero tampoco estas propuestas gozan de respaldo empírico para su consideración.

Hipótesis de la conciencia

Una aportación interesante para explicar el origen de la esquizofrenia hace referencia a la disolución de la conciencia como fenómeno nuclear en la génesis psicótica. En este contexto, la conciencia sería entendida como un elemento cognitivo de orden superior que permitiría mantener un funcionamiento coherente del resto de procesos necesarios para garantizar una experiencia comprensible de la realidad. Al disolverse la conciencia, las funciones cognitivas que en lo cotidiano actúan de modo interdependiente se verían aisladas y sin comunicación entre ellas, alterando los patrones de procesamiento de la información. En este contexto, por ejemplo, se generaría cierta dificultad para discriminar la cualidad de aquello que accede al panorama de lo cognitivo (pensamientos, imágenes e incluso el propio discurso interno), encontrando la persona muchas dificultades para diferenciar lo real de lo imaginado. De este modo, y siempre según estas hipótesis teóricas, la persona con esquizofrenia presentaría un nivel de conciencia muy diferente al de su interlocutor (laxitud de la conciencia), alterándose la comunicación y la experiencia del entorno.

Hipótesis neurológica

Los estudios de neuroimagen han permitido demostrar diferencias anatómicas y funcionales entre el cerebro de las personas que sufren esquizofrenia y el de la población no clínica (así como el de personas que sufren otros trastornos mentales no circunscritos a la psicosis). En estos estudios se observa un mayor tamaño de los ventrículos cerebrales, lo que implica una menor cantidad de conexiones sinápticas (sustancia blanca). También se observa un menor volumen de la amígdala (procesamiento emocional) y el hipocampo (memoria declarativa). A nivel microscópico se observa una deficiente migración neuronal, un fenómeno que se remonta a los primeros años de vida. Así, las células nerviosas establecerían conexiones deficitarias durante la apoptosis, y se consolidarían sinapsis aberrantes que podrían estar a la base de ciertos fenómenos cognitivos propios de la esquizofrenia. Por otra parte, algunos autores han propuesto la posibilidad de establecer hipótesis explicativas que vinculen los traumatismos craneoencefálicos infantiles y la emergencia de trastornos psicóticos en edad adulta, aunque en este último caso tampoco se cuenta con respaldo empírico necesario.

En cuanto a la dimensión funcional de la neuroetiología psicótica, se ha postulado también el funcionamiento anormal del neurotransmisor dopamina como un elemento crucial en la esquizofrenia. Este hallazgo cuenta con una base empírica suficientemente sólida, que subraya el funcionamiento anormal de la dopamina (DA) en la psicosis (neurotransmisor relacionado con el placer y múltiples funciones cognitivas superiores, como la atención y la concentración).

Hipótesis genética

El avance de la ciencia ha permitido demostrar que la esquizofrenia es una enfermedad que cuenta con una importante carga genética. Se estima que la probabilidad de sufrir síntomas de esquizofrenia en la población general asciende al 1% (presentándose por vez primera en la adolescencia), porcentaje que se eleva sustancialmente en el caso de hijos de personas que sufren la enfermedad. Muchos estudios con gemelos monocigóticos criados en ambientes distintos proporcionan apoyo empírico para este modelo, de modo que la probabilidad de manifestar síntomas propios de la esquizofrenia está muy relacionada con los antecedentes psiquiátricos de los progenitores. De este modo, si un niño presenta antecedentes familiares de psicosis, la probabilidad de sufrir la enfermedad puede elevarse desde el 14% hasta el 50% según los diferentes estudios, y en función de si es sólo uno de los padres o ambos el que presenta los síntomas. A pesar de esta evidencia, muchos investigadores propusieron un modelo complementario que permitió suavizar el determinismo genético en esta enfermedad, complementando la vulnerabilidad propia de la herencia con el estrés ambiental subjetivo al que la persona puede verse expuesta a lo largo de la vida. Este modelo etiológico es conocido actualmente como hipótesis diátesis-estrés, y procedemos a detallarlo seguidamente.

Hipótesis de diátesis-estrés

Esta hipótesis etiológica trata de conciliar las perspectivas genéticas con las ambientales en la explicación de las causas por las que aparece la esquizofrenia. Así pues, cuando existe una vulnerabilidad genética heredada (como hemos visto brevemente en el punto anterior), la psicosis se presentaría cuando (además) converjan ciertos estresores que funcionan como elementos detonantes. Estos estresores han sido ampliamente estudiados en la literatura científica y hacen referencia a situaciones tan dispares como:
  •           Pequeños estresores cotidianos que ejercen un efecto acumulativo.
  •           Situaciones de naturaleza traumática: catástrofes, accidentes graves, guerras, etc.
  •           Episodios de violencia física en los que se aprecia riesgo para la vida.
  •          Maltrato psicológico.
  •           Abuso sexual y maltrato infantil.
  •           Consumo de drogas
  •           Grandes cambios vitales.
  •          Crisis personales o existenciales.

Así pues, para que la esquizofrenia emergiera sería necesario que la persona afectada tuviera una vulnerabilidad genética y experimentara, también, situaciones estresantes que hicieran manifiesta la sintomatología. La convergencia de genética y ambiente sería necesaria para el desarrollo de la enfermedad, no siendo suficiente la presencia aislada de cualquiera de ellas.

Esta hipótesis es, actualmente, la que cuenta con un mayor respaldo empírico. Además de su valor explicativo, permite aunar de forma coherente los conocimientos que se desprenden de investigaciones en muy diversas áreas de la ciencia (neurología, psicología, genética, etc.); lo que supone una aproximación más precisa e integral al fenómeno.


PRONÓSTICO DE LA ESQUIZOFRENIA

El pronóstico de la enfermedad (el modo en que la persona podrá desarrollar una vida normalizada) está asociado a diversas variables, desde cronológicas a demográficas. En este apartado revisaremos brevemente las más relevantes.

La esquizofrenia es una enfermedad que afecta en mayor proporción a varones que a mujeres. Además, existe importante evidencia científica de que éstas se adaptan con mayor facilidad a las exigencias cotidianas impuestas por la patología, viéndose su calidad de vida comprometida en mucha menor medida. Por otra parte, se considera que la esquizofrenia que aparece a muy pronta edad (infancia) tiene un peor pronóstico que la que emerge por vez primera a edades más tardías (por ejemplo, en adultos jóvenes).

La forma en la que aparecieron los síntomas también es un criterio importante para predecir el pronóstico de la esquizofrenia. De esta forma, aquellos casos en los que la sintomatología hizo su aparición de forma abrupta suelen responder mejor al tratamiento que aquellos en los que se presentó lenta e insidiosamente (en una evolución progresiva de meses o años hasta la articulación definitiva del trastorno). También la personalidad premórbida (previa al inicio de la enfermedad) y el funcionamiento social tienen un papel importante para predecir el modo en que la persona va a adaptarse a todo cuanto la esquizofrenia impone.

Los síntomas positivos, como hemos señalado anteriormente, responden mucho mejor al tratamiento que los negativos. Por este motivo, han sido asociados con frecuencia a un mejor pronóstico. Así pues, cuando predomina en la expresión clínica una sintomatología positiva (alucinaciones, delirios, etc.) se obtiene un mejor éxito terapéutico que cuando ésta es negativa (aplanamiento afectivo, desmotivación, etc.), así como un mejor ajuste social. El tratamiento de la sintomatología negativa requiere una aproximación más compleja, multicomponente y prolongada en el tiempo.


Finalmente, subrayar que el abuso comórbido de sustancias psicotrópicas ensombrece el pronóstico de forma muy sensible. Algunos estudios han demostrado que las personas con el diagnóstico de psicosis fuman significativamente más que las personas de la población no clínica, lo que incrementa el número de ingresos y atenta directamente contra la esperanza de vida. Además, las alteraciones neurológicas asociadas al proceso de neuroadaptación que es inherente al consumo de ciertas sustancias (cocaína, cannabis, etc.) empeoran la expresión de la clínica esquizofrénica e interfieren directamente en la pauta farmacológica prescrita.


NOTA DEL AUTOR: En breve será publicado el presente artículo en la web oficial del Instituto Valenciano de Psicología Sanitaria (IVAPSAN)